Unas cuantas veces en mi vida he experimentado momentos de una claridad meridiana. En los que durante unos breves segundos, el silencio ahoga el ruido y puedo sentir en lugar de pensar. Todo parece muy definido, el mundo claro y fresco como si todo acabara de nacer.

lunes


Corrían entre las calles mientras una fuerte lluvia caía sobre ellos. Apenas habían cruzado cuatro palabras antes de esa noche, a pesar de llevar días en la misma clase, y ahora ahí estaban, huyendo de dos tipos altos con camisetas en las que podía leerse “seguridad”. Llegaron a una calle desconocida, sin recordar cuál era el camino de vuelta y con las piernas flaqueando. En mitad de esa nada desconocida, un edificio de cuatro plantas con luces de colores y música que traspasaba las paredes. A ella le gustaban las luces. A él le gustaba la música.

- Vamos – dijo ella, y empezó a caminar a paso firme como si estuviese segura de lo que hacía.
- ¿A dónde?
 Tenemos una fiesta. Bienvenido a Madrid.

La puerta principal presentaba demasiadas dificultades para entrar. Hoy ya se habían metido en demasiados líos, pero siempre había una opción B. Siempre. Bordeando el edificio encontraron una pequeña salida de la que sacaban platos, bandejas y demás objetos. Un hombre vestido de negro tapaba la entrada mientras aspiraba el humo de su cigarro sin mayor entretenimiento.

- Buenas noches
- Buenas noches
- ¿Qué es esto?
 Es una fiesta de arquitectos
- Oh, qué casualidad, mira amor es tu futuro. Verá usted, mi novio es un futuro arquitecto, pero uno de los buenos, ha sido su sueño desde pequeño. Ahora estudia en Australia, pero ha venido a visitarme. Se queda pocos días, pero nos las apañamos, las relaciones a distancia no son para tanto. ¿Me invita a un cigarrillo?

Él se encontraba descolocado. No estudiaba arquitectura, no sabía nada de arquitectura, se acababa de mudar a Madrid. Obviamente no eran novios, el máximo acercamiento que habían tenido era cuando dos horas antes había intentado explicarle como coger un palo de billar.
- Como le iba diciendo, es un apasionado de la arquitectura, ¿verdad? – se giró hacía él
 Eh… sí, sí, me gusta mucho, se mucho sobre ello.

¿Qué sabía mucho sobre ello? ¿Pero que estaba diciendo?

- ¿Ah sí? ¿Qué es lo que te gusta tanto de la arquitectura?- preguntó el hombre de negro.

Mierda. Y ahora, ¿qué coño iba a contarle?

- Ehhh mnm, ya sabes, como de unos simples planos puede salir algo tan grande. Es como hacer el arte real. Probablemente no le conozca pero Santiago Fernández es una de esas personas que me maravilla, él es toda una inspiración.

Joder. ¿Santiago Fernández? Ya sabes, coge un nombre típico, añádele un apellido típico y tienta a que la otra persona se sienta demasiado estúpida como para no saber aceptar de quién estás hablando.

- Si, es maravilloso – le respaldó ella- Oye, ¿no sería posible que nos dejase entrar? Eso sería tan increíble, a él le harías tan feliz, me encantaría que entrase y sintiese toda la inspiración de esta gente.
 Uf, no. Es demasiado lío.
- Venga, que si nos dejas entrar, te invito a otro cigarrillo.
- Yo te he invitado al cigarrillo.
 Es verdad. Entonces si nos dejas entrar te daré dobles gracias.

Cuatro palabras más y le había convencido. No sabía cómo, pero lo había hecho.

Ella las luces. Él  la música. Se complementaron. Bailaron ridículo, rodeados de borrachos arquitectos que les bordeaban en corro como si les conociesen de siempre. Comieron tarta que parecía azúcar seco en el almacén de las cosas de papelería. Encontraron neveras de cerveza que vaciaron. Siguieron bailando. Él pensaba que ella estaba loca. Ella pensaba que él no tenía ritmo y eso la gustaba. Él quería algo de ella. Lo que no sabían es que meses después volverían a encontrarse bajo esa lluvia, él pensando que había obtenido ese algo y ella diciéndole que nunca podría dárselo. 

1 comentario:

  1. Llevo unos días leyéndote y me encanta cómo escribes. Sigue así!

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