Unas cuantas veces en mi vida he experimentado momentos de una claridad meridiana. En los que durante unos breves segundos, el silencio ahoga el ruido y puedo sentir en lugar de pensar. Todo parece muy definido, el mundo claro y fresco como si todo acabara de nacer.

sábado

 


El sentimiento de vacío arrastra consigo mi personalidad y me deja vagabundeando entre las frías sombras. Acostumbrarme a ellas nunca fue la mejor opción y sin embargo dejo que me guíen. Cuando cierro los ojos, las voces suenan en mi cabeza importunándome y mi persona es una figura blanca que se aleja adentrándose en un túnel que parece no tener final. Intento fijar un enfoque, controlar mis imágenes mentales. Ahí sigue, alejándose, sin ningún control.

Abro los ojos. Volver a la realidad pocas veces resulta tan gratificante. Pero la satisfacción es algo efímero que apenas me da tiempo a asimilar. El vacío vuelve y con ello su fuerza de arrastre. Pero mis palabras no asimilan ni dan una respuesta afirmativa al pesimismo. El vacío existente solo puede indicar una cosa, y es que aun me queda mucho por llenar. 

Para ello solo necesito de una cosa, vivir.