Sabía que no podía cruzar ese umbral con el equipaje que
llevaba, por lo que decidió guardarlo en las consignas y pasar a recogerlo a la
vuelta. Un conjunto de sentimientos contradictorios le sobrecogió al dejarlo,
liberación, miedo. Quizás todo paso hacia la libertad fuese de la mano del
miedo. Quizás no. No era momento para este tipo de preguntas. Guardó la llave
en el fondo de su maleta y dio un paso adelante. Nunca podría haberse imaginado
lo que supondría ese paso. Su viaje comenzó. Verdes prados, con árboles de
copas kilométricas, sonidos que convertían las horas en segundos y a los
segundos en horas, libertad, éxtasis y pasión. Una de las noches en las que las
luces se mezclaban entre las hojas se tumbó sobre una manta de flores secas, el
silencio era ahogado por el ruido y sin embargo ella solo podía escuchar sus
pensamientos, como si una aureola de palabras propias la rodease. Se sentía
desnuda, a pesar de que varios jerséis rodeaban su cuerpo y en ese momento,
supo que era infinita. Extendió los brazos y rió. Y luego lloró. Y luego lloró
y rió. Y luego bailó con sus sentimientos, porque solo ellos podían entender lo
que significaba ese momento. Solo faltaba el paso definitivo. Corrió a rebuscar
entre sus cosas y la encontró. Entre la húmeda ropa se encontraba la llave de
la consigna que tan bien había guardado. La recordaba mucho más grande de lo
que era, quizás porque la visión de peso no era la misma. La lanzó. La lanzó
tan fuerte que pudo jurar verla volar de manera infinita mientras sus piernas
temblaban. Esa noche dormiría diferente y mañana se despertaría con un nuevo
amanecer.
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