Unas cuantas veces en mi vida he experimentado momentos de una claridad meridiana. En los que durante unos breves segundos, el silencio ahoga el ruido y puedo sentir en lugar de pensar. Todo parece muy definido, el mundo claro y fresco como si todo acabara de nacer.

martes


Sabía que no podía cruzar ese umbral con el equipaje que llevaba, por lo que decidió guardarlo en las consignas y pasar a recogerlo a la vuelta. Un conjunto de sentimientos contradictorios le sobrecogió al dejarlo, liberación, miedo. Quizás todo paso hacia la libertad fuese de la mano del miedo. Quizás no. No era momento para este tipo de preguntas. Guardó la llave en el fondo de su maleta y dio un paso adelante. Nunca podría haberse imaginado lo que supondría ese paso. Su viaje comenzó. Verdes prados, con árboles de copas kilométricas, sonidos que convertían las horas en segundos y a los segundos en horas, libertad, éxtasis y pasión. Una de las noches en las que las luces se mezclaban entre las hojas se tumbó sobre una manta de flores secas, el silencio era ahogado por el ruido y sin embargo ella solo podía escuchar sus pensamientos, como si una aureola de palabras propias la rodease. Se sentía desnuda, a pesar de que varios jerséis rodeaban su cuerpo y en ese momento, supo que era infinita. Extendió los brazos y rió. Y luego lloró. Y luego lloró y rió. Y luego bailó con sus sentimientos, porque solo ellos podían entender lo que significaba ese momento. Solo faltaba el paso definitivo. Corrió a rebuscar entre sus cosas y la encontró. Entre la húmeda ropa se encontraba la llave de la consigna que tan bien había guardado. La recordaba mucho más grande de lo que era, quizás porque la visión de peso no era la misma. La lanzó. La lanzó tan fuerte que pudo jurar verla volar de manera infinita mientras sus piernas temblaban. Esa noche dormiría diferente y mañana se despertaría con un nuevo amanecer.
                                  

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